La visita inesperada...
Había pasado tiempo, siempre es bueno conocer la familia, especialmente la
familia del padre tus hijos. aunque él está en un lugar muy especial, allá junto
a Diosito, es bueno mantener esa relación familiar por el bién emocional de los
hijos. Al fin al cabo, somos parientes y la sangre pesa más que cualquier otra
relación. Mis hijos estaban contentísimos, a carcajadas brincando y saltando en
el jardín posterior de la vivienda.
El día esperado...
Nos levantamos muy tempranitos para ir a visitar la tan dichosa visita
familiar planeada. Para bién o para mal, mis hijos invitaron a sus amistades, al
principo me negué pero mi madre me dijo me dijo, oiga llevelos también así el
viaje no será un fastidio, largo y sombrío. Eras nueve amigos/as, sus madres le
preparon a todos sus mochilas con alguna merienda para el camino. Todos
contribuyeron trayendo para el viaje, lo solicitado, hasta un botiquín de
primeros auxilios tenía porque si acaso uno de los chicos sufria algún accidente
en el camino.
Estuvimos días viajando y ya en la noche me detenía con los chicos en
alguna posada, fue divertido para todos y los chicos muy disciplinados, ayudaron
a mantener el orden especialmente con los más pequeñitos.
Entre tantas horas, días, noches, sol y arena por fin llegamos a la
residencia de los familiares de mis hijos. Allí estaba él tío Porfirio y sus
cuatro hijos en el patio del hogar. La casa no era grande, los muebles rústicos
replandeciente en madera de caoba, entonando con los demás muebles de la
vivienda. Aunque jamás lo había tratado, me pareció un hombre respetuoso, algo
mayor pero era grato platicar con él, tenía muchas historias que contar de sus
antepasados, y mientras los chicos jugaban, me quedé conversando con el tío
Porfirio. Así pasamos un día casi divino en dicha casa, hasta que el tío salió
por una emergencia que se le presentó. Entonces nos quedamos con un hijo que
quedaron en la casa, agradable y encantador, jugaba con los chicos y fue muy
atento, nos trajo refrigerios y galletitas horneadas que había dejado horneadas
su tío. Luego llegó otro de sus hijos, retozo con los niños, mostraba madurez y
sensibilidad al compartir. al cabo de 2 hrs. llegó el tercer hijo, algo muy
peculiar noté, no era agradable, más bién, imponente y autoritario. Visualicé
inmediatamente en la voz tan fuerte, al usarla con dos de las niñas que jugaban
en el jardín posterior de la vivienda. Entonces reuni a los chicos en el jardín
delantero, así podría observar a todos chicos, solamente nos quedamos ahí, y él
nos miraba pero como con rabía. Entonces comencé a recojer a los chicos y las
cositas que había llevado para ese gran viaje, me despedí de uno de sus hijos,
monte los chicos en la guaga y partimos. No logré ver al tío Porfirio, aunque dí
varias vueltas por la plaza del pueblo, nunca lo ví, y mis hijos no sé pudieron
despedir de él.
De algo los chicos quedaron contentísimo fue haber compartido en la casa
modesta del Tío Porfirio, no habían riquezas pero corrieron por toda la
estancia, se bañaron en un arroyo, comieron mango directamente de un inmenso
árbol y compartieron libremente en el campo. Ahí conocieron lo que era ir de la
ciudad al campo. Estaban tan cansaditos que todos quedaron dormidos en el
trayecto del camino. Contentos y felices, excepto por uno de los hijos de su tío
y porque mis hijos no pudieron despedirse de su tío Porfirio.
Una vez tuve un gorrión posado en mi hombro por un momento mientras yo estaba
cavando en un jardín del campo, y sentí que era más distinguido por ese suceso
de lo que hubiera sido por cualquier charretera que hubiera podido llevar.
Henry David Thoreau
(...) Había aprendido del campo una cosa: que la mejor tierra no se ve porque
la cubre la maleza.
Juan Bosch