Wednesday, January 22, 2014

La visita inesperada



La visita inesperada...
 
Había pasado tiempo, siempre es bueno conocer la familia, especialmente la familia del padre tus hijos. aunque él está en un lugar muy especial, allá junto a Diosito, es bueno mantener esa relación familiar por el bién emocional de los hijos. Al fin al cabo, somos parientes y la sangre pesa más que cualquier otra relación. Mis hijos estaban contentísimos, a carcajadas brincando y saltando en el jardín posterior de la vivienda.
 
El día esperado...
 
Nos levantamos muy tempranitos para ir a visitar la tan dichosa visita familiar planeada. Para bién o para mal, mis hijos invitaron a sus amistades, al principo me negué pero mi madre me dijo me dijo, oiga llevelos también así el viaje no será un fastidio, largo y sombrío. Eras nueve amigos/as, sus madres le preparon a todos sus mochilas con alguna merienda para el camino. Todos contribuyeron trayendo para el viaje, lo solicitado, hasta un botiquín de primeros auxilios tenía porque si acaso uno de los chicos sufria algún accidente en el camino.
 
Estuvimos días viajando y ya en la noche me detenía con los chicos en alguna posada, fue divertido para todos y los chicos muy disciplinados, ayudaron a mantener el orden especialmente con los más pequeñitos.


 
Entre tantas horas, días, noches, sol y arena por fin llegamos a la residencia de los familiares de mis hijos. Allí estaba él tío Porfirio y sus cuatro hijos en el patio del hogar. La casa no era grande, los muebles rústicos replandeciente en madera de caoba, entonando con los demás muebles de la vivienda. Aunque jamás lo había tratado, me pareció un hombre respetuoso, algo mayor pero era grato platicar con él, tenía muchas historias que contar de sus antepasados, y mientras los chicos jugaban, me quedé conversando con el tío Porfirio. Así pasamos un día casi divino en dicha casa, hasta que el tío salió por una emergencia que se le presentó. Entonces nos quedamos con un hijo que quedaron en la casa, agradable y encantador, jugaba con los chicos y fue muy atento, nos trajo refrigerios y galletitas horneadas que había dejado horneadas su tío. Luego llegó otro de sus hijos, retozo con los niños, mostraba madurez y sensibilidad al compartir. al cabo de 2 hrs. llegó el tercer hijo, algo muy peculiar noté, no era agradable, más bién, imponente y autoritario. Visualicé inmediatamente en la voz tan fuerte, al usarla con dos de las niñas que jugaban en el jardín posterior de la vivienda. Entonces reuni a los chicos en el jardín delantero, así podría observar a todos chicos, solamente nos quedamos ahí, y él nos miraba pero como con rabía. Entonces comencé a recojer a los chicos y las cositas que había llevado para ese gran viaje, me despedí de uno de sus hijos, monte los chicos en la guaga y partimos. No logré ver al tío Porfirio, aunque dí varias vueltas por la plaza del pueblo, nunca lo ví, y mis hijos no sé pudieron despedir de él.


 
De algo los chicos quedaron contentísimo fue haber compartido en la casa modesta del Tío Porfirio, no habían riquezas pero corrieron por toda la estancia, se bañaron en un arroyo, comieron mango directamente de un inmenso árbol y compartieron libremente en el campo. Ahí conocieron lo que era ir de la ciudad al campo. Estaban tan cansaditos que todos quedaron dormidos en el trayecto del camino. Contentos y felices, excepto por uno de los hijos de su tío y porque mis hijos no pudieron despedirse de su tío Porfirio.
 


 
Una vez tuve un gorrión posado en mi hombro por un momento mientras yo estaba cavando en un jardín del campo, y sentí que era más distinguido por ese suceso de lo que hubiera sido por cualquier charretera que hubiera podido llevar.

Henry David Thoreau




(...) Había aprendido del campo una cosa: que la mejor tierra no se ve porque la cubre la maleza.
Juan Bosch 



 

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